Hoy voy a hablaros de lo que
supuso para mí y mi hijo, haber asistido a las clases de “estimulación
temprana” que impartía e imparte el fisioterapeuta Pedro Martín en el Centro de
Salud Manuel Encinas de Cáceres.
Fue estando embarazada, durante
las clases de preparación al parto, cuando escuché hablar por primera vez de
estas sesiones. La matrona nos recomendó que asistiéramos nada más nacer
nuestros pequeños, nos explicó lo buen profesional que era Pedro y nos indicó
que de los centros de salud de Cáceres, sólo se impartía en el arriba
mencionado. En aquellos momentos me pareció buena idea y mi vecina y yo
hablamos de la posibilidad de ir juntas cuando nacieran nuestros bebés. Claro
que ni nos imaginábamos lo que iba a salir de ahí.
Acabado el verano y con un Emilio
prematuro en brazos, nos informamos de dónde, cuándo y cómo asistir a las
clases de Pedro. Las sesiones empezaban a las 10 de la mañana, 4 días a la
semana, 3 de ellos para realizar ejercicios de estimulación temprana con los
bebés y el cuarto para aprender a hacerles masajes de relajación. Tan sólo
había que llegar a la hora debida el primer día, coger sitio y llevar la
tarjeta de la Seguridad Social del pequeño en cuestión (que por entonces aún es
un papelito impreso… ). El curso terminaba más o menos cuando cada bebé
cumpliera los 4 meses de edad.
El día indicado, mi vecina María
y yo nos dispusimos a llevar a Emilio y a Jara a su primera clase. A penas
llegaban al mes de vida ninguno de los dos. Cuando llegamos al centro de salud
nos encontramos con una sala de fisioterapia llena de mamás, bebés y… carritos.
Carritos que hubo que sortear como buenamente pudimos, gracias a que nosotras íbamos
portando a nuestros bebés (que buen uso le di a la mochila esos meses). Había
bastantes camillas en la sala, pero en cada una de ellas debíamos estar un
máximo de 5 mamás, ya que si no, los peques no tendrían espacio suficiente para
realizar los ejercicios. El primer día fue un descontrol. Había demasiadas
madres, los acompañantes no querían salir de la sala, los bebés más mayores no
paraban de llorar y a penas podíamos enterarnos de cómo se realizaba cada
ejercicio… hasta que Pedro puso orden. Gracias, Pedro, por ese maestro que
llevas dentro.
Tengo varios recuerdos de ese
primer día. Que conseguimos sentarnos casi en la última camilla de la sala. Que
la compartimos mi vecina y yo con la mamá de Martina, conocida suya y razón por
la que allí nos sentamos. Que tenía a tres mamás enfrente y a una al lado. Que
Emilio tenía a un lado a Camelia, preciosa y rosadita, y a otro a Martina, con
su pelazo negro. A continuación se colocó Jara. Y a mi otro lado, incapaz de
quedarse tumbado por el hambre que tenía, estaba Álvaro con su madre, dándole
el biberón que no había podido tomar en la última toma. Recuerdo que Pedro la
regañó y anunció en voz alta para que todas lo tuviéramos presentes desde el
principio: “La última toma del bebé será al menos una hora antes de venir aquí,
porque si no, el bebé se revuelve y echa la leche y echa todo. Cuando acabemos
la clase, las mamás que den el pecho podrán hacerlo en un espacio que
habilitamos al otro lado de la sala. El niño o niña tiene que venir comido, no
se le puede dar su toma en mitad de los ejercicios. ¿De acuerdo?” Más o menos
fue lo que vino a decir. Parecíamos alumnas de instituto agachando la cabeza y
cuchicheando entre dientes. Y él nuestro profesor, severo y exigente. Pero es
que Pedro realmente era nuestro profesor. Era el que nos enseñaría cómo estimular
los músculos del cuerpecito de nuestros hijos ahora que estaban fuera del
vientre, cómo relajarles para prepararles para el sueño, cómo calmarles la
desazón cuando lloran, cómo despejar su pecho de moquitos; aprenderíamos cómo
distinguir si tienen la barriguita llena, si tienen gases, cómo ayudarles a
echarlos, cómo manejarlos para que se les quite el estreñimiento, para que no
les duela su pancita… Nos descubrió que no hay que tener miedo al coger y mover
a nuestro hijo, sólo hay que tener seguridad, sólo hay que fiarse de uno mismo.
Nos enseñó cómo tener confianza en nosotras para cuidar a un recién nacido. A
nuestro hijo.
Los ejercicios siempre seguían el
mismo orden. A los bebés había que darles rutinas que seguir para predecir lo
que viene en cada momento y eso les dé seguridad. Esta era una de esas rutinas.
Empezábamos por las piernas y los piececitos, después los brazos, la espalda y
el cuello, siempre piel con piel. Tras ello teníamos el rulo, que lo usábamos
por parejas, y, para los mayores, la cuña, a partir de los 3 meses. Cuña por la
que tenían que subir escalando con la ayuda de Pedro. Era el momento en que las
mamás animaban, cual hinchas de fútbol, a cada bebé que se subía a aquella
colchoneta piramidal. Era la prueba final en el proceso de estimulación
muscular, era el premio para todas nosotras cuando veíamos la carita del
pequeño asomar por encima de la cuña, la satisfacción de verle avanzar.
Los viernes tocaba masajes de
relajación. La sala se llenaba de lámparas de calor y de bebés en pañal a los
que embadurnábamos de aceite o de crema mientras seguíamos las instrucciones
del fisioterapeuta, recorriendo todo el cuerpecito de nuestros hijos. La
mayoría terminaba dormidito. Si tenías suerte y te tocaba un grupo de bebés no
muy llorones, Pedro invitaba alguna vez a las chicas del centro de
Musicoterapia de Cáceres, a cantar nanas… Los peques caían en el sueño como con
un conjuro precioso.
Después de cada sesión, llegaba
la hora de vestir a los bebés y darles la toma de las 12 a aquellos que ya
tuvieran hambre. Al final de la sala, tras unos biombos, montábamos nuestra
sala de lactancia, compartíamos dudas y anécdotas, preparábamos la “graduación”
cuando se acercaba el final de cada tanda de peque-alumnos. Fue allí donde
comenzó a fraguarse un grupo de amigas, el grupo más grande de amigas que nunca
he tenido. Un grupo de mamás que se ha estado apoyando durante todo este año en
la lactancia y en la no lactancia; en los catarros, en las otitis y en las
fiebres; en las noches en vela; en la introducción de alimentos, en las horas
de sueño, en la elección de cualquier producto, en la búsqueda de las mejores
ofertas; en los momentos de bajón, de estrés, de agotamiento; escuchando,
haciéndonos reír, queriendo a cada uno de los bebés que comparte primeros
juegos, primeras riñas, con sus hijos. Las mamás flores de unas pequeñas abejas
que ganaron el concurso infantil de disfraces en los Carnavales de Cáceres. Las
mamás que han conseguido tener un regalito especial para cada niño y cada niña
en su primer cumpleaños. A todas ellas, a todos esos bebés y, por supuesto, a
Pedro y a su desinteresada y efectiva labor, va dedicado este artículo. Mil
gracias, Pedro. Mil gracias, chicas.
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